En “Las puertas del cielo”, se repite a mi modo ver, la discriminación con la visión del otro. Marcelo y Mauro, ambos amigos, a pesar de que denotaban amor en Celina, la consideraban un monstruo o “cabecita negra” de las milongas, como se decía en la época. Juzgaban sus gustos musicales, su origen mestizo, su manera de bailar ("mirando de reojo a Mauro, yo estudiaba la diferencia entre su cara de rasgos italianos, la cara del porteño orillero sin mezcla negra ni provinciana, y me acordé de repente de Celina más próxima a los monstruos, mucho más cerca de ellos que Mauro y yo"). La extrañaban, claro, pues no podían evitar ir a ese “antro”, el cual creían era típico de Celina y los OTROS, los monstruos. Los observaba con fascinación:"Me parece bueno decir aquí que yo iba a esa milonga por los monstruos, y que no sé de otra donde se den tantos juntos. (...) Van a eso, los monstruos se enlazan con grave acatamiento, pieza tras pieza giran despaciosos sin hablar, muchos con los ojos cerrados gozando al fin la paridad, la completación.". Por esto no parece extraño que ellos la vean viva, allí, donde ella era feliz y disfrutaba de la música: “(…) Celina que estaba ahí sobre la derecha, saliendo del humo y girando obediente a la presión de su compañero, quedó un momento de perfil, y alzó la cara para oír la música.”.
Que increíble la mente humana, como lo distinto atrae, como lo que al parecer no deseamos, lo deseamos más...
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